lunes, 10 de octubre de 2011

MUSICA › ARTISTAS Y AMIGOS HOMENAJEARON A FACUNDO CABRAL EN EL AUDITORIO DE BELGRANO

Víctor Heredia entonó una emotiva versión
de la canción emblema de Cabral “Vuela bajo”.

Destino de artista, legado cumplido

Víctor Heredia, Litto Nebbia, Alberto Cortez, Piero y Gianfranco Pagliaro cantaron y contaron anécdotas de momentos compartidos con el autor de “No soy de aquí ni soy de allá”.

El nudo emotivo pudo haber sido Víctor Heredia, entregando al público una sólida versión de “Vuele bajo”, en clave de trova. O contando cuando lo invitó a su primer Obras posdictadura y el barbón trotamundos no emergió de camarines sino de entre la gente “pidiendo limosna con una gorra”.

Pudo haber sido, también, Litto Nebbia cantando tres canciones de un disco aún inédito que combinaba su puño musical con el poético del homenajeado. Pudieron haber sido, si no, Piero y sus breves relatos acerca del extenso anecdotario que los unió en los ’70, Gianfranco Pagliaro recitando el texto que más le gustaba (“La balada del boludo”) o Yamila Cafrune, hija de Jorge –uno de sus grandes amigos– cantando “Dos y dos es nunca”, con su clara y potente voz. Pudieron haber sido todos juntos, como nudos necesarios de una larga soga de amor, de no haber sido por el peso pesado de la frase que congeló las sangres presentes: “Maldita sea la bala de hielo que segó tu voz, y que nos dejó ciegos”, se le escuchó decir a quien compartiera con él pasajes gruesos de la vida, Alberto Cortez, desde una pantalla que, hasta ahí, había mechado fotos inéditas, videos testimoniales y canciones del
homenajeado: Facundo Cabral.Fue el nudo emotivo mayor, el que dio marco a los demás, el que reubicó en la realidad concreta lo inexplicable de una muerte absurda.
 
Esas balas perdidas que aquel 9 de julio dieron por disparar sin rumbo en Guatemala implicaron entonces la causa primera para que un puñado grande de artistas y público confluyeran en el Auditorio de Belgrano con el fin de evocar a este mensajero de la paz. 

Este ser entrañable, algo anarquista y cristiano, algo filósofo y pintor, algo místico y libertario, recibió en una noche un poco de lo que dio en su vida: la bronca inconsolable de Cortez, junto a quien escribiera dos de sus páginas más significativas (Lo Cortez no quita lo Cabral y Cortezias y Cabralidades), como eje movilizador.

Y todo lo demás, ahora sí, como efecto necesario: el tierno recuerdo de Piero a través de dos canciones o el momento en que el Indio Gasparino –así le decían aún a Cabral– aprendió a tocar en Re. “Cuando lo conocí era una máquina de componer canciones en La y Mi, los únicos dos tonos que sabía. Cuando aprendió el Re, lo gritaba por toda la peatonal Lavalle”, recordó el Tano, con la risa en calma.

La voz de trueno de Pagliaro, evocando cómo nació y creció, hasta vender millones de copias y traducirse en nueve idiomas, el hit “No soy de aquí ni soy de allá”, y en qué pensaban cuando hablaban de la otra era de la boludez, hecha balada y no rock.

También la de Dina Emed, recitando el compendio de vivencias que Cabral escribió después del cáncer: “No estás deprimido, estás distraído”.

La de Nebbia y su órgano-orquesta revelando tres de los temas compuestos a dúo en 2002 (“En medio de los hombres”, “Pasó el circo” y “He pensado mucho en ti”) o la de Heredia, catalizando el sentimiento de todos: “Los que tuvimos el privilegio de disfrutarlo no podremos olvidarlo”, dijo, antes de empuñar la guitarra y acunar “Vuele bajo”.


El homenaje a Cabral, organizado por Silvia Pousa –su compañera de vida– y la Secretaría de Cultura de la Nación, y conducido por Julio Mahárbiz, dio entonces con un doble fin: provocar cierta catarsis colectiva y dejar en claro que el paso del barbudo trotamundos por esta vida no fue en vano. Destino de artista, legado cumplido y un solo lenguaje: el del corazón desafiante de un trovador popular que murió sin tenerle miedo a la muerte.

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