El cantor
Cuando Alfredo Zitarrosa murió en Montevideo, su amigo Juceca
subió con él hasta los portones del Paraíso, por no
dejarlo solo en esos trámites. Y cuando volvió, nos contó
lo que había escuchado.
San Pedro preguntó nombre, edad, oficio.
—Cantor —dijo Alfredo.
El portero quiso saber: cantor de qué.
—Milongas —dijo Alfredo.
San Pedro no conocía. Lo picó la curiosidad, y mandó:
—Cante.
Y Alfredo cantó. Una milonga, dos, cien. San Pedro quería
que aquello no acabara nunca. La voz de Alfredo, que tanto había
hecho vibrar los suelos, estaba haciendo vibrar los cielos.
Entonces Dios, que andaba por ahí pastoreando nubes, paró
la oreja. Y ésa fue la única vez que Dios no supo quién
era Dios.
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