La mujer que sabía curar el alma con sus canciones
Había nacido en San José de Flores, Costa Rica, el 17 de abril de 1919. De su país de nacimiento no guardaba buenos recuerdos, tampoco de su familia. Su figura quedó ligada icónicamente a México, adonde se mudó a los 17 años, adoptando la nacionalidad mexicana. Allí inició su carrera cantando con guitarra en las calles de la capital, como tantos artistas callejeros. Ella tenía algo diferente: hacía rancheras, que hasta entonces era un género reservado a los hombres. Era una mujer que cantaba sobre el deseo por las mujeres. Para completar el cuadro, vestía como un hombre, fumaba tabaco, bebía alcohol en cantidades, llevaba pistola y gabán rojo. Allí fue “descubierta” por el cantante y compositor José Alfredo Jiménez, símbolo indiscutido de la ranchera.
Ella no cantaba sus rancheras: las lloraba, las gritaba, las hacía dolientes, las mascullaba entre dientes, con toda la bronca contenida o con la seducción más cómplice. Las ofrendaba. “Ponme la mano aquí, Macorina”, susurraba con ronca sensualidad, y se acariciaba los muslos. Ese tema, transformado en himno lésbico primero, y revolucionario después, cuando la guerrilla salvadoreña le cambió la letra (“ponme la mano aquí, Macorina, para curar la herida que me causó esta bala”, cantaron ellos), fue uno de sus estandartes, vuelto una gran afrenta al macho rancio y latino, en una maravillosa inversión de sentido. Su otro himno fue “La llorona”, y su cenit el grito final: “¿Qué más quieres? Quieres más”. Allí Chavela alcanzaba a revelar, de algún modo, algo del orden de la angustia atávica de la humanidad.
“Yo nunca he cedido nada. Yo soy yo”, aseguraba la mexicana en diálogo con Página/12, al ser consultada sobre el momento en que habló en forma pública sobre su homosexualidad, en 2000, en una entrevista para la televisión colombiana. “La única ventaja que tuve fue que no había Inquisición; si hubiera nacido en los tiempos de Juana de Arco, me hubieran quemado, con todo el gusto. Yo fui como quería ser y me reí de todos, pero también los respeté. Como digo siempre: el respeto al derecho ajeno es la paz. Pero paz con dignidad, sin agachar la cabeza. El grito final de ‘La llorona’ tiene que ver con eso.”
La leyenda de Chavela Vargas es copiosa en hazañas, transgresiones, momentos compartidos con grandes artistas. Desde Rock Hudson hasta Frida Kahlo y Diego de Rivera, por ejemplo, que la invitaron a vivir en su casa.
Su última visita a la Argentina fue en 2004, cuando dio un show en el
Luna Park, con León Gieco como invitado, en forma totalmente gratuita
(tanto para el público como para ella, que no cobró cachet). Antes, en
1999, se había presentado en el Gran Rex, en un show junto con su amigo
Almodóvar, que ofició de presentador y maestro de ceremonias. “Tengo
apenas dos o tres debilidades en mi vida”, había dicho entonces el
director, en tono de bolero. “Una de ellas es Chavela. Allí donde ella
esté, si me llama, si me necesita, allí voy, como estoy aquí ahora.”
“Pedro es mi único amor en la tierra. Somos dos almas gemelas”, le
devolvió ella. Antes de eso, se recuerdan también sus presentaciones en
La Trastienda, más íntimas e igualmente celebradas.
Su última visita a la Argentina fue en 2004, cuando dio un show en el
Luna Park, con León Gieco como invitado, en forma totalmente gratuita
(tanto para el público como para ella, que no cobró cachet). Antes, en
1999, se había presentado en el Gran Rex, en un show junto con su amigo
Almodóvar, que ofició de presentador y maestro de ceremonias. “Tengo
apenas dos o tres debilidades en mi vida”, había dicho entonces el
director, en tono de bolero. “Una de ellas es Chavela. Allí donde ella
esté, si me llama, si me necesita, allí voy, como estoy aquí ahora.”
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