El libro, de reciente aparición, reúne más de 200 cables de la Agencia
Clandestina de Noticias, un medio periodístico creado por el autor de
Operación Masacre, con el objetivo de quebrar el cerco informativo
impuesto por la dictadura.
Cuatro personas, cuatro máquinas de escribir y un
mimeógrafo abrieron los ojos del mundo al horror. No era fácil
procurarse las mejores condiciones informativas en circunstancias tan
dramáticas. Dicho así, suena a trama novelesca. ¿La incomodidad que
produce cierto tipo de literatura podría conectarse con la experiencia
de la Agencia Clandestina de Noticias (Ancla), un medio periodístico
creado y dirigido por Rodolfo Walsh, que desafió el férreo bloqueo
impuesto por la dictadura militar? Los documentos, en una primera
lectura, podrían disipar el interrogante. Los sobrios y rigurosos
despachos redactados por un pequeño grupo de hombres y mujeres,
periodistas y militantes de Montoneros, entre junio de 1976 y septiembre
de 1977, revelaron la metodología sistemática del secuestro, el
funcionamiento de improvisados campos de concentración en dependencias
militares y policiales, la aparición de numerosos cadáveres, torturas y
asesinatos de presos políticos, entre otras violaciones a los derechos
humanos cometidas por los militares de las tres armas. Ancla.
Rodolfo
Walsh y la Agencia de Noticias Clandestina. 1976-1977, publicada por
Ejercitar la Memoria Editores, incluye más de 200 cables de esta
primitiva célula clandestina cuya sigla condensa la vigorosa potencia de
una estrategia comunicacional artesanal, inconcebible en la era de las
redes sociales.
Los medios de comunicación se convirtieron en los días posteriores
al golpe del 24 de marzo “en una masa uniforme de letras que reiteraban
loas al nuevo gobierno”, se lee en uno de los cables fechado el 30 de
agosto de 1976, donde también se cita un comentario que el periodista
Rodolfo Terragno escribió en su revista Cuestionario: “Es lamentable ver
que todos los diarios funcionan en cadena”. El libro presenta tres
textos introductorios de Carlos Aznárez, Lucila Pagliai y Lila
Pastoriza, periodistas que integraron la mesa de redacción de la
Agencia, donde cuentan detalles domésticos sobre cómo lograron
–voluntad, compromiso y responsabilidad política mediante– quebrar el
cerco informativo. Los compiladores, Cacho Lotersztain y Sergio Bufano,
decidieron incluir la Carta a mis amigos y la Carta de un escritor a la
Junta Militar, firmadas por Walsh. El conjunto de la producción de Ancla
es un manual de estilo periodístico. La rigurosidad informativa es
marca registrada. Vale la pena detenerse en las reflexiones de Pagliai.
“Walsh enseñaba que la mayor parte de la información es pública y está
‘sobre los papeles’: para ello planteaba no sólo una lectura atenta de
diarios y revistas, sino también en discursos y boletines oficiales,
actas de reuniones empresariales, guías de sociedades anónimas y de
asociaciones intermedias, hechos judiciales, encuentros educativos y
culturales, actividades de sociedad, avisos, notas necrológicas. Había
que buscar y saber leer, hacer inteligencia de la noticia o del dato
publicado discriminando entre la paja y el trigo; analizar,
interrelacionar, evaluar, interpretar para producir cables de alto
impacto que perforasen el bloqueo informativo, dando cuenta al lector en
las formas de escritura de la mayor o menor cercanía y confiabilidad de
las fuentes referidas.”
Los más de 200 cables que envió Ancla llegaron a periodistas locales,
empresarios, miembros de las distintas iglesias y personalidades de la
cultura. Aznárez subraya que estos textos generaron “fuertes tensiones
entre altos cargos de las estructuras policiales y militares, a las
cuales se las ‘operaba’ desde la contrainteligencia con datos precisos e
‘inquietantes’ que hacían a sus planes de corto y mediano plazo”. Otra
pata fundamental estuvo relacionada con la recepción de los despachos
informativos en el exterior. Algunos diarios y revistas publicaban casi
textualmente lo que recibían; esos medios contribuyeron a difundir “la
otra verdad sobre la dictadura militar argentina” en varios países. La
sigla misma denotaba la intención de confundir a las fuerzas represoras
sobre la identidad de la Agencia. Pastoriza revela que esa confusión fue
persistente, potenciada por las rivalidades entre las armas. Aun
después de que el general Carlos Alberto Martínez, jefe de Inteligencia
del Ejército, afirmara que Ancla pertenecía a Montoneros –en marzo de
1977–, Pastoriza pudo comprobar que los integrantes del GT3 (ESMA)
creían que era del Ejército, mientras que los miembros del Servicio de
Informaciones Navales sospechaban fuertemente del GT3.
El local de Ancla funcionó en una “casa operativa” donde se
acumulaban las ruidosas Olivetti de entonces, los mimeógrafos a alcohol
–“eficaces por lo silenciosos a la hora de imprimir las copias de los
despachos en papel Biblia, para que al ser enviados no abultaran los
sobres”, recuerda Aznárez–, el archivo, los scanners –“para realizar las
escuchas de los móviles policiales y otras dependencias de la
represión”– y la papelería para los envíos postales.
Walsh adiestró al
grupo –al que se incorporó Eduardo Suárez, periodista de El Cronista
Comercial– en la redacción de cables informativos y determinó el estilo a
utilizar: sobrio y preciso. La presencia del autor de Operación masacre
en la tarea de la Agencia fue estable en los inicios. Pero a mediados
de agosto de 1976, cuando se produjo el secuestro de Suárez, el local
fue abandonado tras rescatar los elementos de trabajo y llevarlos a otro
lugar donde funcionaría la nueva redacción. Varios colaboradores fueron
secuestrados y permanecen desaparecidos. Además de Suárez, el listado
incluye a Carlos Bayón, Norma Bastsche Valdés, Miguel Coronato Paz,
Mario Galli, Luis Alberto Vilellia, Adolfo Infante Allende y Luis
Guagnini.
Walsh fue asesinado por un grupo de tareas el 25 de marzo de
1977. Un mes después, Aznárez y Pagliai salieron del país con la idea de
pivotear el traslado de Ancla al exterior a la espera de Pastoriza,
quien decidió quedarse hasta dejar armada la red que habilitaría el
flujo de noticias para continuar operando desde el extranjero. Con el
secuestro de Pastoriza, la Agencia interrumpió sus servicios durante
poco más de un mes. En agosto de 1977, Horacio Verbitsky se hizo cargo
de la segunda y última etapa.
A menos de un mes del asesinato del obispo Enrique Angelelli, el 30
de agosto de 1976, Ancla lanzaba el siguiente cable: “Habría sido
asesinado monseñor Angelelli”. “Fuentes eclesiásticas dignas de crédito
afirmaron que tenían la convicción de que el accidente en el que
perdiera la vida monseñor Angelelli, obispo de La Rioja, hace
aproximadamente un mes, no fue casual sino provocado intencionalmente.
En numerosas comunicaciones hechas llegar a parroquias de esta capital
por integrantes de la diócesis de La Rioja se informa que ‘monseñor
Angelelli fue asesinado’ a través de la colocación de un mecanismo de
traba en las ruedas de la camioneta Fiat 125 en la cual se movilizaba
habitualmente”.
En una segunda lectura del formidable material reunido en Ancla, una
brevísima anotación de Ese hombre y otros papeles personales, se cruza
por la mente y enciende la alarma de un viejo malentendido que Walsh
intuía peligroso: “Una de las cosas que sin duda me divierten, me
halagan, y me intimidan es hasta qué punto uno puede convertirse en un
monumento a sí mismo, en la conciencia moral de los demás”. Pagliai
captura esta sutileza cuando precisa que el escritor “amaba y creía en
la palabra como instrumento para la acción política, pero también como
trabajo de escritura que produce una literatura de la incomodidad. Toda
la obra que escribió o pensó Walsh es una escritura incómoda: desde
Operación Masacre y el periódico de la CGT de los Argentinos, sus libros
de cuentos y El caso Satanovsky, hasta la experiencia final de Ancla y
la Carta de un escritor a la Junta Militar, cuyos datos dialogan en gran
parte con los cables de la Agencia Clandestina”. La escritura de Walsh
se reconstruye en un combate infinito con el lenguaje.
No hay comentarios:
Publicar un comentario