Este hombre de 70 años es poeta y es un místico radical que cree en la
vida y en Dios, pero que no se entretiene en poner rostro o palabras a
ese ser innombrable en el que ha depositado su fe.
Hugo Mujica, durante la entrevista en el Café Gijón de Madrid.- CARLOS ROSILLO |
Un poeta. Visor publica estos días Y siempre después el viento, que
se une a la obra completa que ya publicó Seix Barral y a volúmenes de
ensayo y poesía que le han dado notoriedad como escritor pero que no le
han envanecido el cerebro.
Es un sacerdote, además. Tiene
parroquia en Buenos Aires, se ciñe a los Evangelios y mantiene una riña
permanente (es decir, una indiferencia) con respecto a la jerarquía.
Siente pena cuando evoca el boato con que viajan los Papas.
Estuvo
siete años callado, en un monasterio trapense, después de vivir la
agitación de los sesenta en el Greenwich Village de Nueva York, rodeado
de artistas hippies como él mismo.
¿Qué pasó en
Nueva York?
Hugo Mujica tiene la cabeza totalmente rapada, viste con
ropajes sueltos, sale de esta conversación, sostenida en el Café Gijón,
saltando los setos y de hecho cuando se ve en el espejo "es cuando sé
que tengo 70 años; salgo a la calle y considero que vuelvo a ser un
chiquillo".Pues, qué pasó en Nueva York.
"Ah, Nueva York. Viví allí los años sesenta, era la época del sexo, la droga y el rock and roll. Y eso se acaba, y al acabarse o te ibas al establishment o terminabas reventado de droga". Fue entonces cuando le surgió la necesidad de la mística, se instaló en un monasterio, primero en EE UU y luego en Francia, y estuvo en silencio siete años. Luego se hizo cura
.
¿Silencio, siete años?
"Lo que pasa es que el silencio para quien no lo ha experimentado antes es una carencia. Yo digo en un verso: 'En el silencio el silencio habla'. Adentrarse en el silencio es adentrarse a lo más prístino que tenemos. Aristóteles nos metió en la cabeza que somos el animal que habla. Yo digo que somos el animal que escucha".
Es
una de esas personas que de pronto se convierte en dos ojos que emiten
sonidos. En medio de esa impresión susurra: "Yo no nací hablando, el
lenguaje me lo dio la comunidad. Pero sí nací escuchando. Recuperando
esa escucha nos damos cuenta de que está expresándose. Y es ponerse en
tono con esa expresión lo que creo que es ser escritor". El escritor es
"el que se demora en las palabras para ver qué más tienen que decir
además de lo que ya dijeron".
Del silencio al ruido. En Argentina
sus charlas y sus discursos son una apelación a la esperanza. Ahora que
está en este turbulento suelo europeo, ¿cómo nos ve? ¿Muy desastrados?
"El desencanto europeo empieza en los años cincuenta, con el
aburrimiento, la náusea, la constatación de un mundo sin sentido. Algo
faltaba. Si una cultura no genera sentido genera violencia. Creo que ahí
empieza el malestar de la cultura".
El malestar viene de lejos.
Este hombre que parece escaparse del cuadro en el que lo pone el
fotógrafo cree que estamos marcados por el mercado. Nos dan regalos,
como el iPad o el celular, como si así domináramos el malestar. "Pero el
que sucede es un malestar mucho más profundo. Para parafrasear a
Nietzsche, el malestar de que el paso de la historia aplaste la danza de
la vida. Lo que se está reclamando desde las entrañas es volver a la
vida".
En el Village fue amigo de Allen Ginsberg y de todos los
artistas que vivían aquel amago de resurrección de la vida.
"Fueron años
muy fuertes". Pero hubo muerte entre las flores. "Aparte del
folclorismo de los hippismos piensa que mataron a John y a Bob Kennedy, a Malcolm X y a Luther King... Siempre describo el hippismo
como un brote afectivo en la racionalidad sajona. Ese brote estaba
reprimido y generó esa especie fantástica de creatividad y de circo".
¿Y
cómo era Ginsberg?
Hay gratitud en el rostro de Mujica. "El más grande
de nosotros. En aquel tiempo era un gay declarado, ser militante gay era
insólito. Y era maternal. Lo recuerdo siempre inclinado para ver si
necesitabas algo; amable en el sentido fuerte de la palabra".
Y
Ernesto Sabato, agnóstico y quizá ateo, iba a sus misas?
Se emocionaba.
Hablaban de Dios. "Para mí, Dios es como la cuña que nunca deja que se
cierre el mundo y que siempre está generando otra cosa. Pero no tengo
idea de quién sea. Es el lugar desde el que merodeando hablo; pero nunca
hablaría sobre Dios, intento hablar desde Dios".
¿A qué le obliga
el sacerdocio?
"A nada, en mi caso particular. He generado una libertad
dentro de esa estructura; celebro misa cuando estoy en Buenos Aires. Me
ven como alguien raro, pero no como un raro loquito sino como alguien
que venía con experiencia, que estudia, que publica". Y que aprendió del
silencio, hacia el que corre por encima de los setos.
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