viernes, 5 de agosto de 2011

Silvio Rodriguez

Silvio Rodríguez habla de su hermano Vicente Feliú

Vicente es mi hermano del alma, uno de los amigos mas antiguos que tengo. Nos conocimos desde niños, casi adolescentes, y hemos estado en actividades bachilleriles, de estudio, de trabajo, de cortes de caña, de manifestaciones, en reuniones, descargas, tertulias, en todo tipo de convivencia, porque hemos estado juntos hasta en la guerra.

Yo diría que hay muy pocas cosas realmente excepcionales que yo haya hecho, en las que Vicente no haya estado. Durante mi adolescencia estuvo casi siempre, y luego, durante la etapa de la Trova, todo el tiempo. No perteneció al Grupo de Experimentación Sonora, pero sí cantaba con nosotros siempre en la Casa de las Américas.

Es, de los Trovadores con el que yo tengo más afinidad: además de la parte musical, en una forma de ver la vida, de comprenderla. Nos identificamos mucho y hemos tenido actitudes muy parecidas en numerosas oportunidades. Vicente fue a Angola dos veces conmigo, y no estuvo en el Playa Girón, pero sí en la Sierra Maestra, en el Turquino. Para cualquier actividad contingente, para cualquier actividad revolucionaria, para cualquier combate, para cualquier barricada que haya que levantar, no quiero un compañero mejor que Vicente Feliú. Para mí es el Ideal.

Recuerdo una anécdota que retrata su carácter, una vez nosotros andábamos por Bacusao —un lugar que queda en Cabinda, en la selva de Mayombe, muy complicada, por que en aquella carretera emboscaban todos los días, y mataban a mucha gente—, cuando fuimos a pasar por uno de los lugares más difíciles, donde unos días antes habían caído un Capitán llamado Aramís y otro compañero, el que va con nosotros —actualmente es Coronel, Pérez Caso— saca un poema que había escrito Aramís y quiso leerlo allí. Pero no se podía parar porque había que pasar a una velocidad tremenda, pues los enormes farallones a los lados de la carretera eran muy propicios para las emboscadas.

Vicente iba en la parte de atrás del jeep, entre el mago Ayra y yo, y era el único que, por la posición que ocupaba en el carro, no podía tener una respuesta combativa en caso de que nos tiraran- todos íbamos con los AK hacia fuera, menos él, que iba en el centro. Yo recuerdo que Vicente dijo: “Yo voy a leer el Poema”.

Estaba cayendo un aguacero que no se veía a tres pasos, fortísimo, y nos impedía ir a demasiada velocidad. Éramos un blanco casi perfecto: si nos llegan a estar esperando, nos hacen picadillo.

En el lugar de la carretera donde cayó Aramís estaba la mancha de aceite, porque habían destruido un blindado, y en el preciso momento en que pasábamos por allí, los compañeros que iban detrás, como tributo al capitán, lanzan una ráfaga. Pero ellos no nos advierten que iban a tirar, y entonces se arma tremendo tiroteo dentro del jeep, porque todos pensamos que nos estaban tirando.

Me acuerdo que el único que no disparó fui yo, que saqué la cabeza para ver si veía al enemigo, porque yo no veía a nadie -además, no vi ningún impacto en el carro tampoco. “No nos están dando”, pensé, pero miré para afuera, aunque como había una lluvia tremenda, no podía ver nada. Todo eso sucedió en pocos segundos. Y en lo que duró el fuego, mientras todos pensábamos que estábamos en el centro de la emboscada, la voz de Vicente no se quebró; siguió leyendo el poema, todavía más alto y con más energía, debajo del tiroteo, y cuando terminó, le puso un punto final con un “¡Cojones!”. Haber hecho eso en aquellas circunstancias… Me parece que no hay mejor forma de retratarlo que contando esto.


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