Resulta extraño, escribir sobre el nuevo disco de Adrián Otero. Porque,
sentimentalismos al margen, lo cierto es que su muerte aporta un
elemento de contraste violento con el clima de frescura y buena salud
que transmite el sonido de El jinete del blues . Quizás -en esto
de las subjetividades siempre hay lugar para diferentes opiniones-, el
álbum mejor producido de todos en los que ha participado el cantante,
con un repertorio que refleja con bastante amplitud, en una docena de
canciones, la presencia del blues a lo largo de la historia de nuestro
rock.
El trabajo de Daniel Vilá, a cargo de la dirección musical, cumple con
creces con el objetivo de darle un perfil común a canciones escritas
entre 1969 ( No, pibe , de Manal) y 1999 ( Me gustas mucho
, de Viejas Locas). Sin responder a un estilo en particular de esa
música nacida a principios del siglo pasado en el sur de los Estados
Unidos, el disco suena homogéneo, y lleva el sello del blues de acá. En El jinete del blues
conviven el clásico sonido de Chicago, con elementos del rhythm and
blues, el shuffle, el boogie woogie y la balada, con el country blues
como uno de sus pocos territorios no transitados.
En ese marco, luego de la fiesta en club del Blues Local , sigue una pasada por el Café Madrid
que La Mississippi hizo famoso a comienzos de los ‘90, donde los
vientos (Ervin Stutz, Alejo Von Der Pahlen, Matías Traut y Juan
Escalona) pegan de movida, para alternarse en el rol protagónico -como
sucede en casi todos los temas del CD- con el piano de Germán Wiedemer y
las guitarras de Daniel Leis y Federico Pernigotti, sobre la base que
construyen Marcelo Mira, en batería y Gustavo Guiliano, en bajo.
Los ‘70 entran en escena con Desconfío
, en una versión en la que el Hammond atraviesa los diálogos -una vez
más- entre Otero, vientos, guitarras y piano. Una fórmula a la que se
suman los coros con aires de gospel, con las voces de Mavi Díaz, Claudio
Ledda, Erica Morelo y Vilá en Juntos a la par .
Comienzo soulero para La flor más bella , que aparece en el bloque Memphis pegada a La última lágrima , con un Otero más intérprete que nunca. Perfil que se prolonga en Me gusta ese tajo (Pescado Rabioso, 1973), y en el clásico de Pity Alvarez.
Entonces, en No, pibe
, un solo de teclado actualiza -algo- los orígenes del rock y el blues
en nuestro idioma, y el álbum entra en la recta final que se acelera con
Rock and roll y fiebre -una vez más, los vientos aportan una cuota adicional de intensidad-, Salgan al sol , (71) de Billy Bond y La Pesada, antes del cierre Redondo.
Resulta raro cerrar el comentario escribiendo que El jinete del blues
tiene todo para transformarse en un éxito comercial y reposicionar a
Otero en los planos altos del mundo musical local, a la vez que es una
fantástica puerta de entrada al género, para los no iniciados.
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