La
cantautora mexicana Lila Downs estremeció al público argentino
con un recital intenso, signado por el baile y momentos de honda
emoción, que resultó memorable.
La
fuerza del canto ancestral fusionada con los acordes más urbanos de la
modernidad conformaron una seductora mixtura que marcó el espíritu del
concierto, en el que la cantante hechizó a la audiencia con los matices
de su voz y de su cuerpo.
"¡Vamos a celebrar la vida!" gritó para inaugurar el show y refrendar su entrega, capaz de trazar un itinerario musical sin concesiones que lejos de instalarse en la previsible euforia de los ritmos pegadizos, se permitió adentrarse en la oscuridad de los boleros y las coplas.
Al margen de estos apuntes, la propuesta artística quedó clara desde el principio de la velada: compromiso emocional y festivo para narrar las historias de los que menos tienen, de los enamorados y de las exuberancias de la naturaleza.
Así abrió el fuego musical con su potente "Mezcalito", para seguir orgullosa apostando a los agudos en "Tu cárcel" y "Dignificada", cuyo título se encarna en la sensualidad definitiva de la artista.
Las inflexiones de la voz devinieron gestos teatrales que subrayaron la insolencia de "Zapata se queda", cuyos acordes fueron acompañados por el zapateo de Lila, mientras las imágenes de pies descalzos en movimiento profundizaban la intensidad del cuadro y convocaban al baile.
La cantante local Soledad Pastorutti fue la invitada para compartir escenario y conformar una versión de "Yo tengo tantos hermanos", de Atahualpa Yupanqui, en la cual Lila agregó dramatismo e intensidad al dúo ocasional.
Durante más de una hora y media, la comunión entre público y artista mantuvo intacta para culminar en cuatro bises que incluyeron "La cucaracha", un clásico de la Revolución Mexicana y una versión de "La llorona" en la cual Lila terminó arrodillada en el piso cubierta por un pañuelo, casi como una suerte de símbolo de las luchas que no cesan.
Su banda de músicos tiene pasión y excelencia y el arpa de Celso Duarte dialogó toda la noche no sólo con la voz de la cantante, sino también con sus chales, sus sombreros, sus flores y cada detalle que recordó al público que estuvo frente a una mujer desboradante.
"¡Vamos a celebrar la vida!" gritó para inaugurar el show y refrendar su entrega, capaz de trazar un itinerario musical sin concesiones que lejos de instalarse en la previsible euforia de los ritmos pegadizos, se permitió adentrarse en la oscuridad de los boleros y las coplas.
Al margen de estos apuntes, la propuesta artística quedó clara desde el principio de la velada: compromiso emocional y festivo para narrar las historias de los que menos tienen, de los enamorados y de las exuberancias de la naturaleza.
La
colorida puesta en escena enfatizó el valor de lo artesanal, con una
simple pantalla de video como telón de fondo para proyectar imágenes de
mujeres aborígenes y grabados sobre la religiosidad popular, inspiradora
de su último trabajo discográfico, "Pecados y Milagros".
Lila
estuvo en Argentina dos años atrás con su tour Mujer de magia negra y en
esta ocasión eligió subir al escenario enfundada en una suerte de
vestido de novia inmaculado y sugerente, con una botella de mezcal en
mano.Así abrió el fuego musical con su potente "Mezcalito", para seguir orgullosa apostando a los agudos en "Tu cárcel" y "Dignificada", cuyo título se encarna en la sensualidad definitiva de la artista.
Los
gorjeos desgarradores de una suerte de pájaro tomaron su voz y
definieron la ovación con que fue saludada "Palomo", mientras que su
versatilidad la llevó luego a transformarse en una iguana y terminó
arrastrándose por el escenario para acompañar el tema del mismo nombre.
Las inflexiones de la voz devinieron gestos teatrales que subrayaron la insolencia de "Zapata se queda", cuyos acordes fueron acompañados por el zapateo de Lila, mientras las imágenes de pies descalzos en movimiento profundizaban la intensidad del cuadro y convocaban al baile.
Su
voz siempre sonó impecable y transformó las luchas sociales por
conservar la identidad en una bandera cantada como sucedió en
"Justicia", entonada paseándose y con el puño cerrado en alto, pero
desde un lugar de honda femineidad, como sucedió durante todo el
concierto.
La cantante local Soledad Pastorutti fue la invitada para compartir escenario y conformar una versión de "Yo tengo tantos hermanos", de Atahualpa Yupanqui, en la cual Lila agregó dramatismo e intensidad al dúo ocasional.
Esta mujer, defensora de los derechos
de otras mujeres y cultora de una mezcla de ritmos -música tradicional
mexicana, coplas, bachata, hip-hop- que representa y reivindica, mantuvo
a la platea en movimiento con la caliente "Pecadora" y para el cierre
ofreció la sabrosa "Cumbia del mole".
Durante más de una hora y media, la comunión entre público y artista mantuvo intacta para culminar en cuatro bises que incluyeron "La cucaracha", un clásico de la Revolución Mexicana y una versión de "La llorona" en la cual Lila terminó arrodillada en el piso cubierta por un pañuelo, casi como una suerte de símbolo de las luchas que no cesan.
Su banda de músicos tiene pasión y excelencia y el arpa de Celso Duarte dialogó toda la noche no sólo con la voz de la cantante, sino también con sus chales, sus sombreros, sus flores y cada detalle que recordó al público que estuvo frente a una mujer desboradante.
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